jueves, 22 de marzo de 2012

CUARESMA, DE LA CEGUERA A LA LUZ EN FAMILIA

CUARESMA, DE LA CEGUERA A LA LUZ EN FAMILIA
Retiro cuaresmal de espiritualidad familiar, marzo 2012
Familiaris consortio 34


Nos encontramos en un momento muy especial del año. Estamos a mitad de la cuaresma. La cuaresma es un momento muy particular de trabajo, pero el paso del tiempo y las múltiples actividades, nos pueden hacer perder la perspectiva central de este tiempo: es necesario nacer de nuevo, convertirse, reparar, reconstruir. Esto no sucede solo a nivel personal, también es indispensable a nivel familiar o matrimonial. Aunque la conversión es estrictamente hablando algo personal, no puede dejar de afectar la comunidad familiar. Esta conversión tiene varias dimensiones que podemos encontrar en una de las escenas más hermosas del evangelio: la curación del ciego de nacimiento. Una conversión a la que la familia está llamada como a un continuo camino, sostenida por el deseo sincero y activo de conocer cada vez mejor los valores que la acercan más a su realización como persona y como comunidad a Dios, y por la voluntad recta y generosa de hacer prácticos esos valores en sus opciones concretas. Por eso los pasos del evangelio del ciego pueden ser de honda orientación para nuestra familia.

Primer paso: saber que me tienen que curar y conocer a quien me cura


Uno de los problemas más serios es pensar que no necesitamos ser curados de nuestra ceguera. No vemos el mal que nos aqueja, que nos rodea, que a veces nos empapa. La ceguera es para los discípulos un signo del pecado del ser humano. Jesús sabe que no es así y  les deja claro que en el mundo hay una batalla entre el bien y el mal, una batalla entre la luz y la oscuridad. La luz proviene de una recta concepción del orden moral, de sus valores y normas (…). El orden moral, precisamente porque revela y propone el designio de Dios Creador, no puede ser algo mortificante para el hombre ni algo impersonal; al contrario, respondiendo a las exigencias más profundas del hombre creado por Dios, se pone al servicio de su humanidad plena, con el amor delicado y vinculante con que Dios mismo inspira, sostiene y guía a cada criatura hacia su felicidad. En esa batalla, Jesús está del lado de la luz y del bien. El es la luz del mundo. Para eso ha sido enviado a nosotros, para librarnos de la ceguera.
Jesús cura al ciego haciendo barro, símbolo del barro inicial con el que Dios crea al primer ser humano. En este caso el barro cubre el pecado y el mal simbolizados por la ceguera. Pero el barro no basta para curar. La creación, la naturaleza humana, tocada por el pecado, no es suficiente para que el ser humano salga de su ceguera. Como el ser humano, la familia necesita ser curada de la ceguera que la sumerge en un mundo de tinieblas, amenazándola con su disgregación. La familia se oscurece ante las múltiples agresiones que sufre por todos los costados, desde legislaciones que empujan a disolver el concepto de familia, hasta campañas para hacer creer que la comunión natural entre un hombre y una mujer para el amor y la transmisión de la vida, puede ser intercambiada por otro modelo.
Para ser curada, la familia tiene, como el ciego de nacimiento, que ir a Siloé, que significa “enviado”: tiene que ir a lavarse en el enviado por excelencia que es Cristo. De otro modo, permanece ciega en este mundo que ofusca a las nuevas generaciones y no les deja ver la maravilla del plan que Dios quiso para el hombre y la mujer por medio del matrimonio y de la familia. Nuevas generaciones que empiezan a no ver con claridad lo que es una familia, que empiezan a crecer en el individualismo y se encuentran ciegas a la hora de formar las propias familias. Como si los ciegos de nacimiento fueran quienes van por la vida sin tener claro su proyecto de familia. Muchas veces, no tienen mucha culpa, tristemente, han crecido en ambientes con fracturas que no ayudan a la comprensión de la verdadera familia, ambientes con violencia que les dañan afectivamente a la hora de elegir cónyuge y formar un hogar armónico. Ambientes con adicciones en los que la droga o el alcohol llenan las relaciones familiares de dolor y angustia. Ambientes de infidelidad en los que es difícil captar el valor del amor y el sentido de la donación corporal entre un hombre y una mujer. Ambientes llenos de materialismo en los que los bienes que se poseen apagan cualquier anhelo de trascendencia del corazón. Ambientes de pobreza y miseria donde la necesidad diaria se hace una losa que aplasta la relación entre las personas.
Estas familias necesitan de un redentor que llegue a sus corazones y toque los ojos del alma para descubrir el amor verdadero, para contemplar la luz de la verdad sobre la familia, sobre el corazón humano, sobre las relaciones llenas de dignidad entre las personas, sobre el valor de la vida humana desde su nacimiento hasta su muerte natural, sobre el significado auténtico de la sexualidad, sobre la solidaridad necesaria en el uso de los bienes. Ese redentor es Cristo. El «Enviado» es Jesús. En definitiva, es en Jesús y mediante El, en donde el ciego se limpia para poder ver. Pero como sucede en el evangelio, puede pasar que cuando se le pregunta a la familia moderna por aquel que la cura, responda, como el ciego de nacimiento que no sabe dónde está.

Paso segundo: los corazones ciegos que hay que superar


La primera ceguera provenía, por así decir, de fuera de uno mismo, del contagio del mal. Pero el evangelio nos muestra otras dos cegueras que pueden afectar al ser humano y, por lo tanto, a la familia. Esas dos cegueras están representadas en los fariseos y en los padres del ciego de nacimiento. Con el evangelio podemos decir que hay tres tipos de ciegos de cara a la familia: los ciegos que no ven, los ciegos que les da miedo ver y los ciegos que no quieren ver. Los ciegos con miedo de ver están representados por los padres del ciego de nacimiento, a los que les da miedo comprometerse con un proyecto de familia que sea reflejo del plan de Dios sobre la misma. Les da miedo, porque supone ir en contra de la corriente o de la moda. Les da miedo porque supone sacrificio, renuncia, y capacidad de perdón, porque supone dejar de lado criterios con los que nos hemos acomodado hasta el momento. Estos ciegos, a veces sin querer, colaboran a que la verdadera idea de familia se difumine cada vez más y no luchan por dar a sus hijos la estructura interior que les permita formar hogares sólidos. Estos ciegos van cayendo en la omisión, por un falso amor a la paz, ante la destrucción de la familia. Son los que retroceden ante programas cada vez más agresivos en los medios de comunicación social o ante el avance de costumbres más decadentes en la vida social. Tristemente esta falta de valentía aumenta los ciegos de nacimiento de la familia auténtica.
Y está el tercer tipo de ciegos. Son los que no quieren ver, los que se creen iluminados por la falsa luz del progreso aparente. Están envueltos en la soberbia de sí mismos, en el racionalismo como única regla, en la autosuficiencia como cimiento de la vida. Esta ceguera les hace empujar para que la sociedad disuelva cada vez más sus valores, para que la familia sea cada vez menos sólida y menos estructurada. Son los que niegan el valor de la familia nuclear en la sociedad, los que predicando que no hay que discriminar, son los primeros en discriminar a quienes no piensan como ellos, son los que bajo la bandera de la tolerancia, se hacen dictadores de los demás y les imponen modos de comportarse que la historia nos muestra como destructores y manipuladores del ser humano y de la familia. Una sociedad que por soberbia se podría ver retratada en estas palabras de una crítica de cine: es la sociedad de un malestar compartido: el dolor de una generación subordinada al placer y en el interior de una sociedad tecnócrata, consumista y competitiva. La excitación en sus diversos tipos es la única motivación de una sociedad incapaz de reconocer sus limitaciones y sus miedos.
La familia es llamada a superar estos dos tipos de ceguera, viviendo responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, en medio de las circunstancias diarias de su historia, que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento. Este camino que vence a la soberbia y al miedo, no se puede mirar como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro, sino (…) como un mandato de Cristo Señor a superar con valentía las dificultades.

Paso tercero: tomar decisiones claras hacia la luz


Los fariseos acosan al ciego curado, pero solo encuentran la fortaleza de quien ha tomado una serena opción coherente con sus valores y su fe. El ciego nos enseña que hay que dar un paso hacia la luz, que es la opción por un estilo de vida de acuerdo al evangelio. En este camino no podemos dar ni un solo paso mientras no abramos nuestro corazón. De otro modo se es como quien da vueltas en una habitación cerrada, camina mucho, pero no avanza nada. Si queremos renovarnos y por lo tanto renovar la familia desde la óptica cristiana, es necesario que nos demos cuenta de lo que debe llegar a ser Jesús para nosotros, como lo dice el ciego, cuando describe a Jesús como alguien que viene de Dios, alguien que no fracasa. Ante los fracasos de nuestra debilidad, de nuestro miedo, de nuestra soberbia, se nos pone ante los ojos y el corazón, ante nuestra visión de familia, la certeza de que estando cerca de quien me ha renovado, y me ha quitado la ceguera, ya no tengo nada que temer. Para construir el propio proyecto de vida de familia, deja de hacer falta el aplauso humano, la aprobación de los demás. Dejan de ser necesarios los parámetros de éxito y fracaso que los seres humanos nos ponemos.
Cristo nos saca de la ceguera. El es la luz del mundo, la luz que ilumina a todo hombre y mujer. El es la luz de la familia. El puede sacar a la familia de las sombras que la atenazan y llenar a cada familia con los frutos de la luz, que son la bondad, la santidad y la verdad. ¿Quién no querría tener una familia en la que todos seamos ejemplo para los demás? ¿En la que nuestro corazón posea la capacidad de amar, de perdonar, de compartir? ¿En la que ayudemos a los que amamos a caminar con verdad, con sinceridad, con certezas? Una situación así requiere de una clara opción por el estilo cristiano de familia, que reconoce que todos y cada uno de los miembros de la familia, según el plan de Dios, están llamados a la santidad en el matrimonio, y esta excelsa vocación se realiza en la medida en que la persona humana se encuentra en condiciones de responder al mandamiento divino con ánimo sereno, confiando en la gracia divina y en la propia voluntad».

Paso cuarto: encontrar y permanecer en la luz


El último momento de este evangelio es una llamada a recordar que nuestras decisiones personales, espirituales, familiares, conyugales no se pueden basar en sí mismas, sino que necesitan de la cercanía de la amistad de Cristo, de la fe en Cristo, para no volver a caer en la ceguera. La vida de los seres humanos, de sus proyectos personales, familiares u sociales, encuentra en Cristo el punto de discernimiento del juicio del éxito o del fracaso de la esperanza que está en el corazón: El es la esperanza que no falla. Es importantísimo mantener viva la amistad con Cristo a través de la experiencia personal, como dice el evangelio: tú lo has visto, es el que te está hablando.
El camino de la familia debe estructurarse en una concepción integral de toda la vida cristiana: encontrar en Cristo el sentido de todo lo que sucede, del gozo y del dolor, pues sin la cruz no puede llegar a la resurrección. Sin embargo, siempre tenemos la libertad de no aceptarlo, sólo que esta libertad tiene consecuencias. Seguir siendo ciegos, pero en este caso ciegos de una ceguera que sí viene del pecado y que tendrá necesidad de cambiar no de ojos sino de corazón para poder encontrar la luz.
Encontrarse de verdad con Jesús en la propia familia va a ser motivo en ocasiones de contradicción, pero al mismo tiempo va a ser motivo siempre de plenitud. El camino de los esposos será pues más fácil si, (…) saben descubrir y experimentar el valor de liberación y promoción del amor auténtico, que el Evangelio ofrece y el mandamiento del Señor propone.

Aplicaciones prácticas:

La cuaresma, el tiempo de preparación para la pascua, nos invita a la esperanza de que podemos ser mejores, de que no estamos condenados a repetir los mismos errores por siempre. La cuaresma nos invita a reconocer que lo que vivimos no es nuestro ideal, que anhelamos un nuevo modo de ser, hacia el que estamos en camino, Podríamos preguntarnos: ¿Cómo puede ser mejor nuestra familia? ¿Por qué vías se puede alcanzar esta « bondad »? El primer enemigo a vencer es el propio corazón. Hay que cambiar el corazón. Hay que cambiar el propio interior.
·         Cambiar el corazón es vencer el individualismo. Es decir, vencer esa tentación a hacer todo desde nosotros y orientado hacia nosotros. El ponernos lo primero y lo último, reduce el horizonte de lo que podemos hacer para ser mejores, y se ciega ante la grandeza de lo que podemos aportar a nuestro alrededor. La familia es comunión lo contrario del individualismo.
·         Cambiar el corazón es vencer la autosuficiencia. La vida y un sano examen de nuestra conciencia y de nuestro actuar, nos enseña que no podemos construir el bien en el mundo con nuestras propias fuerzas. Que la autosuficiencia nos lleva a construir no el reino de Dios sino el reino del hombre, con todos los límites propios de la naturaleza humana. La autosuficiencia no sólo nos encierra, también nos impide abrirnos al don del amor de Dios a nuestras vidas. La familia es servicio de amor lo contrario de la autosuficiencia.
·         Cambiar el corazón es poner nuestra vida en la perspectiva de Dios. A través de la oración, de la lectura de la palabra de Dios, del análisis de nuestra conciencia a la luz de Dios, vamos llevando adelante nuestra esperanza en medio de los diferentes cometidos de la vida. La familia es ver a los nuestros desde Dios, para llevarlos a Él.
·         Cambiar el corazón es poner nuestra vida en la dimensión del amor de Dios. La cuaresma nos propone experimentar en nuestra vida el gran amor de Dios, como un momento de redención que da un nuevo sentido a la existencia. Redención que significa que el mal no es más grande que el amor y que el mal no es capaz de quitarle el sentido al amor. Y más cuando descubrimos en Dios un amor incondicionado, absoluto, que permanece en nosotros y para nosotros más allá de lo que suceda en nuestro caso particular. De este modo descubrimos que si el encontrarse en solitario es un fracaso para el hombre, el ser amado y el ser amado por Dios es la garantía del mayor de sus éxitos. La familia es tener la certeza de que el amor de Dios envuelve por completo a cada uno de los que amamos.
·         Todo este cambio del corazón se vive en un lugar muy especial: la eucaristía. La eucaristía tiene que volver a ser el corazón de la familia cristiana, el lugar donde el Señor encuentra a nuestras familias, las consuela, las alimenta, las apoya. ¡Son tantas las lecciones que Cristo nos da desde la eucaristía para nuestra vida familiar!: Su sacrificio, su amor generoso, su perdón, su palabra que habla silenciosamente al corazón, su entrega hasta la muerte por nosotros, su fortaleza para esperar hasta que nosotros lleguemos a él. Para cada una de nuestras familias la eucaristía es la seguridad de que Dios camina con nosotros, que está presente en nuestro hogar, que vive en las circunstancias cotidianas de nuestras familias y de nuestra ciudad. La seguridad de que en todas nuestras cegueras siempre encontraremos su luz.

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