RETIRO DE
ESPIRITUALIDAD FAMILIAR
(FAMILIARIS
CONSORTIO 57)
INTRODUCCION
Vivir la pascua en familia es algo que nos suele costar
porque puede parecer menos sencillo que las prácticas que la cuaresma nos
propone, sin embargo, la pascua es el centro de la vida del cristiano y por lo
tanto también debería ser el centro de la vida de la familia cristiana. Pero
vivir la experiencia del resucitado es un poco más difícil que vivir la
experiencia de crucificado. Nos cuesta un poco más tratar con un Jesús vivo que
con Jesús muerto y esto es paradójico, como si fuera más sencilla la compasión
que la amistad. Y es que la compasión no siempre lleva al amor, pero la amistad
se alimenta necesariamente del amor y eso implica un compromiso de cambio de
vida que a veces nos cuesta llevar a cabo.
Con todo, la familia necesita de Cristo resucitado para
vencer sus noches, para ir más allá de sus fracasos, para salir de sus decepciones.
La familia requiere de un Cristo que la lleve al amanecer, en el que la felicidad
se hace compartida y se descubre como un amor sin fronteras, como un amor al
que el mal, la fragilidad, la muerte ya no pueden tocar.
La reflexión sobre la escena de la pesca en Galilea,
después de la resurrección, nos ayuda a ver a la familia en la perspectiva de
la pascua. Y lo que es más hermoso, nos ayuda a ver a la familia reunida junto
al don de amor que se nos ofrece en la eucaristía.
PRIMER MOMENTO: PESCAR EN LA NOCHE
Juan 21, 1
Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del
mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. 2 Estaban juntos Simón Pedro,
Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y
otros dos de sus discípulos. 3 Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le
contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la
barca, pero aquella noche no pescaron nada.
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El entorno de este evangelio es de oscuridad, de decepción.
Semejante a lo que muchas familias viven. Ya se ha dado en su existencia un
gran evento, como puede ser la venida de un hijo, pero la vida con su rutina y
con su monotonía parece pintar todo de gris. Los apóstoles ya han vivido la
resurrección, pero su existencia no parece tener claro hacia dónde ir. Por ello,
regresan a la pesca. La barca y los discípulos son un símbolo de la comunidad,
como la familia es también una comunidad de personas que van en la misma barca.
Todo comienza con una decisión de Simón Pedro: «Me voy a pescar». Los demás
discípulos se adhieren a él: «También nosotros nos vamos contigo». Están de
nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando
su llamada, sino siguiendo la iniciativa de Simón Pedro. Falta Jesús. Como
muchas veces en la familia puede faltar Jesús a la hora de salir a pescar en la
vida, a la hora de intentar tener una buena familia, de sacar lo mejor de la
educación que se está dando, a la hora de salir adelante en los problemas.
Para los discípulos, nada sale bien, después de toda la
noche, no han conseguido nada. El relato nos describe que, el trabajo de los
discípulos se lleva a cabo en la oscuridad de la noche y resulta infructuoso:
«aquella noche no cogieron nada». La «noche» significa en el lenguaje del
evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús
resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay frutos que duren,
no hay resultados que se puedan sacar. La “noche”, particularmente en este
evangelio, simboliza la “oscuridad” interior, que suele estar asociada a la
distancia respecto a Jesús. La noche es el momento en que el mal se apodera de
los buenos, en que parece imposible salir adelante en el buen camino que nos
hemos propuesto. Muchas familias tienen que pescar en la noche. En la noche de
los valores, en la noche de las virtudes cristianas, en la noche de la fe en
Cristo. Tienen todo como los apóstoles, que son siete (símbolo bíblico para
indicar muchos), tienen la habilidad de un oficio desempeñado toda la vida,
tienen las herramientas. ¿Qué les falta? La presencia de Jesús resucitado lo
único que al final da eficacia al trabajo de los discípulos. Podríamos pensar
en la familia moderna que tiene todos los elementos para ser una mejor familia
y curiosamente acaba siendo una familia mas disgregada, menos sólida, más
frágil, aparentemente con menos resultados. Queda clara una realidad: no se
puede separar a Jesús de la familia humana, de la vida conyugal, por eso, El
Concilio Vaticano II ha querido poner de relieve la especial relación existente
entre la Eucaristía y el matrimonio, pidiendo que habitualmente éste se celebre
«dentro de la Misa». (144) Volver a encontrar y profundizar tal relación es del
todo necesario, si se quiere comprender y vivir con mayor intensidad la gracia
y las responsabilidades del matrimonio y de la familia cristiana. Descubrir nuestras noches, es un
modo de empezar a ver cómo nos podemos acercar más a Jesús
SEGUNDO MOMENTO: RECONOCER AL SEÑOR
4 Cuando ya
amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era
Jesús. 5 Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tienen pescado?» Le contestaron:
«No». 6 El les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán».
La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. 7 El
discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso
el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.
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Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. En
un “guiño” cómplice, el autor del evangelio nos dice que sólo “amanece” cuando
Jesús se hace presente. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de
su palabra. Los discípulos no saben que es Jesús. Sólo lo reconocerán cuando,
siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Algo
así, les recuerda una primera pesca milagrosa, cuando Jesús en ese mismo lago un
día los llamó a ser "pescadores de hombres". A veces también nosotros
nos encontramos como los discípulos. Pensamos que de nuestros fracasos no
podemos sacar nada, solo vacío. Pero se nos olvida que los planes de Dios no
son siempre semejantes a los nuestros. El vacío de los apóstoles es la oportunidad
para verse llenos con la presencia de Jesús.
La clave está en saber escuchar lo que Jesus nos dice,
aunque en un principio pueda parecer que ya nadie nos tiene que enseñar nada en
la vida. A veces nos podemos preguntar qué tiene que decirnos alguien que está
tranquilo en la orilla y que no tiene pinta de pescador. Nuestro corazón
regresa triste porque no vemos en nuestra barca nada de lo que esperábamos
haber conseguido. Sin embargo, Jesús, desde la orilla, no deja de decirnos
donde están los frutos en la vida. Lo hace con respeto, dándome siempre la
posibilidad de seguir o no su camino. Su mensaje nunca quiere anular mi
libertad. Al fin y al cabo, la responsabilidad sobre mi familia es mía, porque
a mí se me ha dado para llevarla con fruto al puerto de la vida. Pero mis ojos pueden
estar cerrados para distinguirlo.
La palabra de Jesús pide docilidad para que las cosas
empiecen a cambiar. No es la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia quien
consigue las cosas en la vida. Sino la apertura del corazón, que se dispone a
tirar la red donde parecería que no hay nada. Con esa actitud diferente,
también todo empieza a cambiar. Quienes no habían conseguido nada en toda la
“noche”, obtienen ahora una “multitud de peces”, hasta “ciento cincuenta y
tres”.
Ante este signo, hay alguien que sí distingue a Jesus. Es
el discípulo amado, el verdadero discípulo. El que va más allá de todos para
percibir lo que podría no parecer evidente. En la vida no es siempre la
inteligencia, la habilidad, la utilidad de las cosas lo que alcanza su objetivo.
Tenemos que aprender que lo único que hace ver de verdad es el amor. También en
la familia solo entiende de verdad aquel que ama. Cuando el amor desaparece, no
se ve, como en el evangelio, más que un desconocido en la orilla. En la familia
el que ama tiene ‘ojos especiales’ para distinguir lo que es importante. No
hace falta ser ni el más viejo, ni el más inteligente. Basta con amar.
Posiblemente debamos volver a subir a la barca de la familia al discípulo
amado. Al que ama. A lo mejor con tantas preocupaciones, con tantas
ocupaciones, nos hemos olvidado de que para descubrir lo importante de la vida
hay que llevar en la barca a alguien que ama. La fuente de este amor no es algo
meramente psicológico o emocional. La fuente del amor de la familia es el amor
del mismo Cristo: La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el
sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia,
en cuanto sellada con la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y
Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que
configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto
representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía
es manantial de caridad
Cuando se reconoce a Cristo no se puede permanecer
indiferente, hay que echarse al mar como Pedro. De la certeza de saber que
Cristo está en la orilla, aparece la posibilidad de que todo lo que era oscuro
vuelva a ser luminoso. Reconocer a Cristo en la familia es esencial, pero es
también esencial poner en práctica lo que Cristo viene a significar para la
familia. Reconocer a Cristo cambia el corazón y lo que antes eran dificultades,
se transforman en posibilidades de crecer. Y dejamos de tenerle miedo al mar
que antes era nuestro enemigo. Pedro se lanza al mar, para hacer más pronto el
encuentro con el maestro. La familia no puede quedarse inactiva tiene que
impulsarse para buscar lo que de verdad le da sentido.
TERCER MOMENTO: LA EUCARISTIA ENCUENTRO CON CRISTO EN
FAMILIA
8 Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 9 Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. 10 Díceles Jesús: «Traigan algunos de los peces que acaban de pescar». 11 Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. 12 Jesús les dice: «Vengan y coman». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: « ¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. 13 Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. 14 Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
La escena final que consideramos tiene una gran riqueza.
Los discípulos que se han quedado en la barca, llegan hasta donde está Jesús.
Traen con ellos el fruto de su trabajo que es al mismo tiempo el fruto de su
escucha atenta y dócil del Señor. Los pescados que llevan a la orilla son
suyos, pero son también del Señor.
Lo que encuentran al llegar no es algo casual. Jesús los
espera como alimento: el pan y el pescado son símbolo de la Eucaristía Son tres
los elementos que el evangelista nos quiere detallar: el fuego, el pescado y el
pan. Parecería simplemente algo lógico o circunstancial. Sin embargo, la
simbología es impresionante. Como si fuera un mosaico en el que el ojo,
percibiendo cada pieza, percibe el todo, estos tres elementos nos indican algo
con profunda claridad. Lo que ven llegando a la orilla es un símbolo de quien
es Jesús y de cómo es Jesús presente para los que creen en él. El fuego, símbolo
del sacrifico, del dolor. Pero también símbolo del espíritu, símbolo de la
purificación. El pescado, símbolo inicial para los cristianos de la persona de
Jesús, por conformar un acrónimo desde la palaba griega IXTHUS (I:
JESUS, X: CRISTO, Q: DE DIOS,
U: HIJO, S: SALVADOR. O sea, “Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador”). El pez no
es otro sino el mismo Jesús. Y finalmente el pan, el alimento en el que Jesús
se quiso quedar para darnos de comer no materialmente sino espiritualmente. Los
discípulos al llegar a la orilla como comunidad, hacen una experiencia de Cristo
eucaristía.
La experiencia de Jesús no es para unos pocos. Para una
elite privilegiada que tiene el lujo de su compañía. La experiencia de Jesús es
para toda la humanidad y es tarea de la iglesia acercar a todos los hombres a Jesús,
sin miedo de que la red se vaya a romper. “la red no se rompió”. Esto no es
casual. El verbo “romper” (schizo) se usa únicamente aquí y en el relato de la
crucifixión, cuando se dice que no rompieron la túnica de Jesús, porque era
“sin costuras” (19,23). Tanto la túnica –que representa a la propia persona de
Jesús- como la red hablan de la Unidad de Jesús con todos y con todo
La escena termina con la comida en la que todos reconocen
al Señor. Casi podríamos decir que la escena es el don de Cristo eucaristía a
la comunidad que se reúne en torno a él. Si esto lo vemos desde el prisma de la
familia, podríamos decir que la gran finalidad de la familia es acercar a sus
miembros a Jesús, para que cada uno haga la experiencia personal de Jesús en su
vida. No de cualquier Jesús. Del Jesús verdadero del que se ofrece en
sacrificio, del que es el autentico salvador del mundo, del que se nos da en la
sencillez del pan eucarístico. Como dice Juan Pablo II: El deber de santificación de
la familia cristiana tiene su primera raíz en el bautismo y su expresión máxima
en la Eucaristía, a la que está íntimamente unido el matrimonio cristiano.
En la familia no cabe exclusión de nadie para encontrarse
con el Señor. Porque ese encuentro es la meta de todo corazón humano. Nadie
puede quedarse fuera de la red de quien nos va a dar sentido y un porvenir. Y
el lugar donde todos nos reunimos pare este encentro es la eucaristía donde Jesús
toma el pan y nos lo da junto con el pescado. En cada eucaristía ya no hace
falta que nos preguntemos quién se nos da. Todos sabemos que quien se nos da es
el Señor. Cuando la familia es el camino de Jesús eucaristía para todos y cada
uno de sus miembros, está llevando a plenitud su misión, porque está dando a
los suyos la realidad más grande que un ser humano puede dar a otro: la persona
de Jesús. La eucaristía es la fuente de la unidad de la familia, es el lugar
donde en la persona de Jesus se encuentra más unida que nunca la familia
cristiana: en el don eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el
fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan
eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un único
cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia;
Aplicaciones
La Iglesia después de la resurrección no es algo
abstracto, es una comunidad para lograr que los hombres se encuentren con Jesús
y en torno a la eucaristía. A veces la “pesca” es difícil y termina en fracaso,
porque no está Jesús en medio. Pero, cuando llega Jesús, hay éxito. Jesús en la
orilla expresa que nos acompaña en esta misión. La comida que nos prepara es la
eucaristía. Jesús se aparece en medio del trabajo, de lo cotidiano. Nosotros
podemos sentir la dificultad de acercar a las personas al Maestro, de acercar
nuestra familia a Jesús. Él nos insiste para que sigamos echando las redes,
para que no nos cansemos en esta tarea de hacer personas libres, coherentes con
el evangelio, abiertos a la presencia de Jesús en la eucaristía. Hoy la Iglesia
está necesitada de transmisores seglares de la buena noticia. Acercar a alguien
a la persona de Jesús, es el mayor regalo que podemos hacerle a quien amamos.
La familia es la gran depositaria de esta tarea, porque la familia es el lugar
donde cada ser humano se encuentra en primer lugar con Dios y donde cada ser
humano aprende a reconocerlo en la eucaristía
1. Descubrir
la propia fragilidad cuando no se tiene a Cristo en la propia familia. Es
importante examinar las propias carencias como familia y descubrir cuáles de
ellas tienen una raíz en una menor vida espiritual en medio de un mundo
agresivo.
2. Introducir
a los hijos en la presencia real de Jesús en la eucaristía. La familia es el
lugar primero donde se debe dirigir a los hijos hacia Dios. Todos los otros
esfuerzos (escuela, parroquia, etc.) son suplementarios y en última instancia
bastante ineficaces si en la familia no se enseña a descubrir la presencia de Jesús
en la eucaristía.
3. Vivir
el misterio de la eucaristía en familia: la eucaristía no es un momento breve
los domingos, es una presencia que se hace vida a lo largo de lo cotidiano. La
eucaristía es una maravillosa escuela de virtudes familiares, de valores
personales que enriquecen a todos los miembros de la familia. Desde la
eucaristía se aprende la sencillez, la generosidad, el don personal, el
sacrificio… cada eucaristía puede ser un momento de profundo arraigarse de
mejores personas en la familia.
4. Aprender
a ver la propia vida familiar, conyugal desde la oración de los unos por los
otros. La eucaristía nos enseña la importancia del amor en la familia. Comulgar
es ver a los otros desde la óptica del amor. Y no de cualquier amor sino del
amor de Dios. La eucaristía es la presencia de Jesús que nos enseña a poner
amor donde nuestra fragilidad o la de los demás nos invitan a poner egoísmos.
5. Es
misión de la familia cristiana hacer que otros muchos conozcan al mismo Jesús
que ellos han experimentado: además, la participación en el Cuerpo
«entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo se hace fuente inagotable del
dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana. De una familia en la que la presencia de Jesús
es algo vivo por la eucaristía es más fácil que se de una irradiación positiva
hacia el entorno. Irradiación que no son solo palabras o devociones,
irradiación que es sobre todo testimonio del estilo nuevo de vida que nos trae
Jesús a quienes lo vivimos en familia.
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